Una verdadera revolución que combine el uso eficiente de la energía y su producción en fuentes renovables salvaría al mundo de la devastación del cambio climático y resultaría económicamente redituable, según expertos.
Este cambio radical implicaría la creación de un enorme industria mundial y el ahorro de billones de dólares en combustibles, indica un informe del Consejo Europeo de las Energías Renovables (EREC, por sus siglas en inglés) y la organización ambientalista Greenpeace Internacional.
El estudio, titulado «Energy [R]Evolution: A Sustainable World Energy Outlook» («[R]Evolución energética: Un panorama sustentable de la energía mundial»), calcula que la inversión necesaria para crear un planeta con baja emisión de gases invernadero daría origen a una industria de 360.000 millones de dólares anuales.
«Un futuro de energía renovable es posible», señaló Meg Boyle, experto en políticas sobre recalentamiento planetario de la filial estadounidense de Greenpeace.
«La revolución energética establece un plan para llegar de donde estamos a donde debemos estar. Invertir en energía renovable y eficiencia energética es bueno para la seguridad energética, la economía y el clima», agregó.
El programa se basa sobre la previsión de que impedir una catástrofe climática obliga a reducir las emisiones mundiales de dióxido de carbono para 2015.
Los autores prevén que para 2050 las emisiones de carbono se habrán reducido 50 por ciento si se adopta el plan sugerido.
El informe presentado el pasado 29 de octubre establece como primer paso necesario explotar el potencial técnico del aumento de la eficiencia energética, mejorando, por ejemplo, el aislamiento de los edificios o reemplazando los calefactores convencionales y los sistemas de agua caliente por otros alimentados con fuentes renovables.
Además, para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, se requiere la expansión de los sistemas de transporte público y la reducción del uso de vehículos privados.
Los principales cambios se refieren a la producción de electricidad. Las centrales eléctricas de gran escala hoy en boga –la mayoría de las cuales consumen insumos no renovables como carbón, gas y petróleo– deben ser reemplazadas por plantas pequeñas y descentralizadas solares, eólicas o geotérmicas.
Para lograr este objetivo, «la industria eléctrica deberá asumir la responsabilidad de reducir las emisiones, pues los inversores decidirán qué fuentes de energía usaremos en la próxima generación», dijo Boyle.
Oliver Schäfer, director de políticas del EREC, enfatizó que la revolución energética dará, además, réditos financieros.
«El mercado mundial de la energía renovable puede crecer dos dígitos anuales hasta 2050, y rebasar en dimensión al actual sector de los combustibles fósiles», aseguró. «El mercado de la energía renovable vale hoy 70.000 millones de dólares y duplica su tamaño cada tres años.»
A medida que se vuelvan escasos los combustibles fósiles, sus precios se elevarán, encareciendo la dependencia en las fuentes no renovables de energía.
El informe estima que, de no cambiar el sistema, el costo total del suministro mundial de electricidad aumentará de los actuales 1,75 billones de dólares a 3,8 billones para 2020.
Pero la revolución energética, según Greenpeace y el EREC, ahorrará 18,7 billones de dólares hasta 2030, lo que representa 750.000 millones de dólares anuales a partir de ahora.
Siguiendo el programa, el mundo podrá cubrir 32,5 por ciento de sus necesidades de electricidad con fuentes renovables de energía para 2020.
Aunque tecnologías ya usuales como la solar y la eólica pueden ir a la vanguardia, las nuevas tecnologías combinarán distintas fuentes. Por ejemplo, solar térmica, geotérmica o energía oceánica.
Otro resultado de la adopción de este enfoque será una mayor equidad entre países ricos y pobres en el uso de los recursos.
Como los países industriales tienen un uso de energía mucho más alto por persona -y por lo tanto emiten la mayor parte de los gases invernadero- deberán reducir sus emisiones antes que las economías en desarrollo, llegando a un tope previo a 2015.
Los países en desarrollo tendrán que estabilizar sus emisiones para 2020 y reducirlas más allá de 2030. Este marco temporal les permitirá crecer más desde el punto de vista económico.
«Ellos necesitan aprender de los errores del mundo industrializado e invertir en energía renovable en vez de en las basadas sobre el carbono y la nuclear», sostuvo Boyle.
Consultado sobre cuán realista es su iniciativa de revolución energética, Boyle lamentó que «hasta ahora la velocidad del avance de la comunidad internacional hacia un nuevo acuerdo climático se ha quedado muy corta en relación al ritmo necesario para evitar la catástrofe climática».
Ahora Greenpeace llama a los líderes mundiales a ponerse de acuerdo sobre nuevos topes a las emisiones del Norte industrial, así como sobre un financiamiento masivo para las energías renovables, la eficiencia energética y la adaptación al cambio climático de los países en desarrollo.
«Los gobiernos del mundo industrializado –donde, como demuestra nuestro plan, las barreras al cambio son políticas, no técnicas– deben tomar la delantera y actuar rápidamente para implementar un fuerte acuerdo climático global», dijo Boyle.
Nota de Wolfgang Kerler